Todo lo que empieza tiene su fin, y ayer nos despedimos del curso de guías turísticos gastronómicos, y para no ser menos con las anteriores experiencias, Benjamín quiso que el broche final fuera colocado con la visita a las instalaciones de Antonia Butrón en Chiclana.
A las 17:30 horas ya estábamos todos allí, hablando, comentando, con la confianza que nos ha permitido el contacto de todos estos días atrás de curso, cuando Benjamín nos avisa que vayamos pasando. Entramos en el pequeño despacho y empezamos a sentir los aromas del lugar, y allí mismo nos recibe Lourdes, la hija menor de Antonia que, con la dulzura de su voz, nos cuenta el origen del obrador, cómo su madre desde los 9 años estuvo trabajando en el horno de su padre, que comenzó a hacerse famosa con los roscos y que poco a poco, gracias al mimo a los clientes y a su espíritu y carácter innovador fueron haciendo nuevos productos como las empanadas y las tartas.
A continuación pasamos dentro, donde nos está esperando Antonia, nada más entrar nos endulza con cariño y saluda y besa a cada uno de nosotros. Sobre la mesa, un lebrillo, huevos, azúcar, harina y especias todo dispuesto como si de un programa de Canal Cocina se tratara. Antonia comienza a hablar y comenta que está acostumbrada a visitas de niños, pero con nosotros no sabe muy bien qué decir, pero la timidez se le pasa rápido y empieza a preparar la masa de los roscos, lebrillo y sus manos son las únicas herramientas que necesita y mientras amasa transmite experiencia y sabiduría, sabiduría de estas que no dan las escuelas sino toda una vida de pasión y dedicación a su trabajo.
Con la masa hecha nos reta a ver quien hace los roscos más rápido y todos vamos metiendo nuestras manos en la harina, vamos sintiendo el tacto de la masa y valorando el arte de estirarla y retorcerla, algo que parece sencillo pero demostrado queda que no lo es. Con las manos en la masa, nos volvemos a sentir niños, jugamos y nos divertimos acompañados por una maestra, madre, abuela que no para de enseñarnos y de contarnos historias.
Una vez hechos los roscos, al horno, y nosotros, a otra sala para ver cómo preparan la masa del hojaldre de las empanadas, increíble como la doblan y la estiran, como si de sábanas de harina se tratara. De nuevo en el obrador, Antonia nos prepara una empanada de jamón, queso y dátiles, idea que se la dio una clienta y se ha convertido en su empanada más famosa. Terminada la empanada, pasamos a otra sala donde nos ofrecieron una empanada de jamón, queso y dátiles, otra de atún y un bizcocho de nata, toda una delicia para los sentidos, y antes de marcharnos Lourdes nos entrega en bolsitas los roscos que habíamos preparado con Antonia, y como ella bien dijo, la experiencia es algo más que una visita a unas instalaciones, pues pretende despertar todos nuestros sentidos: la vista, con el aspecto apetitoso de sus productos; el olfato, con esos aromas placenteros; el gusto, probando sus productos; el oído, con las historias y experiencias de Antonia; el tacto, con el contacto real con lo que se hace; y por último, el espíritu, contagiado de tanta energía y tanta pasión.
Finalizada la visita, volvemos al centro Box donde preparamos una pequeña fiesta de fin de curso con productos hechos por algunos de nuestros compañeros, son ya pocos los minutos que nos quedan juntos, y pese a las dificultades, sabemos que mantendremos el contacto, al menos virtualmente, aun así, hacemos también planes, Blanca y Ángel nos cuentan sus proyectos de negocio a corto plazo, a los que les deseamos que tengan toda la suerte del mundo. Ya tan solo solo me queda desear que esta experiencia sirva para demostrar que cuando hay interés y ganas se puede formar un equipo, por muy singulares y heterogéneos que sean sus miembros, y gracias también, a un buen maestro, que ha sabido despertar las pasiones de muchos de nosotros hacia la gastronomía y lo nuestro.
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