domingo, 22 de abril de 2012

Entrada reflexiva. Benalup y el Mesón Las Grullas

Este pasado fin de semana y con motivo de mi estancia en el Hotel Utopía, que debo agradecer a Mª Victoria y Diego, el sábado por la mañana, emprendimos el camino hacia Benalup, en el coche iba pensando, que tiempo hacía que no volvía por allí y que probablemente fuera la primera vez que lo hiciera de ocio. 

Cuando llegamos, ocupamos nuestra habitación en un hotel que nos devuelve con nostalgia a aquellos años 30 del pasado siglo, y que ya os comentaré en otra entrada, y tras curiosear todo lo que pudimos, decidimos salir a comer algo al mesón Las Grullas, decisión que tomo yo en base a que años atrás, cuando era prácticamente un chiquillo y trabajaba en Jerez en la sede provincial de una gran empresa, con frecuencia visitaba las oficinas que tenía la empresa en Benalup, y el responsable de la oficina, mi antiguo compañero Paco, siempre me llevaba a tomar algo a este restaurante del que conservo un muy buen recuerdo. 

Eran los años buenos, de la alegría, antes de la actual y cruel crisis económica, cuando en Benalup se construían hoteles de 5 estrellas y desconocían lo que significaba el paro. Hoy, aquello que viví parece proceder de otro lugar o de un pasado muy lejano.



Después de un paseo por Benalup, subiendo y bajando cuestas que nada tienen que envidiar a otros pueblos de la sierra, llegamos al mesón Las Grullas, eran las 13:30 horas, un momento perfecto para tomarnos una cervecita y luego pasar al comedor a degustar su cocina.

La entrada, tal y como la recordaba, una barra no excesivamente grande, varias mesitas y el acceso al patio, el camarero de siempre y nadie más, bueno si, silencio, mucho silencio, de los que da miedo hablar por faltar el respeto, de los que te penetran y conmocionan con una gran tristeza.

En la barra nos sentamos con dos cervezas heladas, algún vecino entraba, una cerveza y salía, dos, cuatro llegué a contar, que rompían ocasionalmente el silencio que a todos nos envolvía.

Al rato comenté al camarero que pasaríamos al comedor, con un gesto afirmativo de cabeza me contestó y marchó a atender una mesa que se había sentado en el patio. Conocedor del lugar pasamos al comedor, éste impresiona por su tamaño, y aunque soy muy malo para hacer estos cálculos, ese comedor es fácilmente para más de 50 comensales. El comedor, desierto, las mesas montadas, mesas grandes de 6, 8 y 10 personas, esperando que alguien las habitara y nosotros sin saber qué hacer, estábamos de pié, sintiéndonos incómodos, en soledad en un lugar tan grande, como si estuviéramos profanando su intimidad,  nadie aparecía para sacarnos de esa soledad. Afortunadamente, después de unos minutos, llegó el camarero, al cual pregunté: ¿Donde nos sentamos? -cualquier mesa es buena - me respondío, haciendo que no me sintiera mucho mejor.

Imagen de parte del comedor de Las Grullas

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